La economía de las caricias en la era de la tecnología

Se escribe mucho sobre los nuevos perfiles profesionales que demandará el mercado laboral en los próximos años. Algunos son prácticamente imposibles de predecir, ya que el mundo de mañana quizás se parezca más bien poco al mundo de hoy. Otros, sin embargo, empiezan a ser identificados como los perfiles más demandados, especialmente los vinculados al área de IT.

Según los expertos en capital humano, la tecnología está demandando ya nuevos perfiles que no abundan, tales como el Digital Manager, el experto en Ciberseguridad, ingenieros en Inteligencia Artificial, o abogados Mercantilistas especializado en NuevasTecnologías. Igualmente, hay perfiles igualmente emergentes en otros sectores profesionales como el Talent Manager para el área de recursos humanos, o el Finance Business Risk Partner en el área de finanzas o el Ingeniero en Soluciones de Automatización en el sector industrial.Y así una larga lista inabarcable e inimaginable hoy en día.

La tecnología es imparable y con el nivel de desarrollo de la Inteligencia Artificial y del llamado “machine learning”, nos encontraremos en poco tiempo que las máquinas no serán solo capaces de procesar información, sino de reaccionar ante el entorno y aprender. Entramos en la era de la robótica desarrollista, lo que hará inevitable la interacción y colaboración entre personas y máquinas. La buena noticia es, que, de momento, las máquinas no tienen desarrollada la inteligencia cognitiva, lo que es una ventaja competitiva para los humanos y nos permite seguir teniendo un papel central en muchos entornos profesionales en el que las emociones juegan un papel central.

El empleo no va a desaparecer con los robots, como proclaman algunos, pero se va a transformar de forma importante. A pesar de la creciente complejidad de nuestras sociedades y la especialización del mercado laboral, seguirá siendo necesario hacerse cargo del estado emocional de las personas y de los colaboradores de una empresa o de una institución con eso que se viene a denominar las “soft skills”, las habilidades blandas.

La gestión emocional de las personas es un terreno especialmente interesante para las empresas. Las emociones son la nueva energía que mueve el mundo, y los estudios recientes sobre neurociencia nos muestran el poder creciente de las emociones para comprender mejor la naturaleza humana.Las personas escuchamos antes al corazón que a la cabeza. No somos seres racionales como queríamos creer, y en un mundo hiperconectado, rápido y furioso, la gestión de las emociones va a jugar un papel central en el presente y en el futuro.

Es por ello, que las empresas deben tener en mente la creación del perfil del Chief Happiness Officer (CHO),algo así como un director de la Felicidad. Para algunos sonará a broma, pero estudios como el realizado por IOpener Institute de Oxfordreflejaba que los colaboradores felices dedican el doble de tiempo a sus tareas tienen un 65% más de energía y su vinculación con la empresa es mayor. La felicidad, es decir, el vínculo emocional entre el colaborador y la empresa impacta directamente en la productividad y la competitividad.

¿Cuáles deberían ser las funciones de este CHO? Aquellas que dicta el sentido común pero que está lejos de ser una realidad en la mayoría de las empresas y que impactan directamente en el clima laboral. Hacer sentir a los colaboradores la importancia de la función que realizan, independientemente de su categoría o responsabilidad, reconocer sus méritos y esfuerzos, asegurarse que sus necesidades básicas están cubiertas, que es algo más que cobrar un salario, y sobre todo escuchar y conversar. El Chief Happiness Officer tiene que asegurar que los colaboradores tienen a su disposición los canales adecuados para compartir sus necesidades, opiniones e ideas y sentir que aportan valor a la empresa.

Paradójicamente en esta era tecnoutópica y de las múltiples aplicaciones y herramientas tecnológicas, el propósito, las historias, la confianza y las emociones, constituyen los factores críticos fundamentaes para atraer y retener el talento en una nueva cultura de la atención emocional de sus colaboradores.El neurólogo de origen portugués António Damásio, autor de numerosos libros sobre el impacto de las emociones en el comportamiento humano, publicó un brillante libro, “El error de Descartes”, en el que explicaba cómo las personas tomamos decisiones condicionados por la emoción. Damásio, acuñó entonces el término de “la huella somática”, un mecanismo mediante el cual las emociones guían -o sesgan- el comportamiento y la toma de decisiones de las personas en el que la racionalidad requiere una buena aportación emocional. El neurólogo, sostiene que el error del célebre filósofo René Descartes fue la separación dualista entre la mente y el cuerpo, esto es, entre racionalidad y emoción.

Eso es especialmente importante en tiempos de cambio e incertidumbre. En un momento en el que muchas empresas y sectores profesionales están sometidas a profundos cambios disruptivos o tienen que enfrentar un profundo proceso de transformación digital, es especialmente importante hacerse cargo del estado de las personas y reconstruir el vínculo emocional entre la empresa, el trabajo y las personas. Para ello los recursos y habilidades conversacionales vuelven a ser fundamentales y emerge el mundo de las palabras y de las pequeñas historias para crear conexiones emocionales que tienen un impacto directo en la cultura corporativa y en los resultados de las compañías.Y es que la historia de la humanidad está íntimamente ligada a las historias porque dan coherencia y sentido a nuestras sociedades.

La potencialidad del storytelling -de las historias-, reside principalmente en la capacidad que tienen de envolver, acercar y humanizar la comunicación y las relaciones personales y profesionales. “Puedes acariciar a la gente con palabras”, escribió el autor de El gran Gatsby, Francis Scott Fitzgerald. Y es que no existe mejor arma de persuasión masiva que una buena historia, algo que el psicólogo Claude Steiner definió en una maravillosa teoría denominada “la economía de las caricias”, desarrollada en sus observaciones clínicas como en el legado de su maestro, Eric Berne, creador del análisis transaccional.

En la era de la tecnología, los algoritmos y los robots, las personas necesitamos volver a sentir las caricias, aunque sea con las palabras.

Campañas políticas: el poder de las emociones

España se subirá a la vorágine de las campañas electorales en un momento especialmente complejo y de alto voltaje emocional. Durante los próximos meses, el márketing político, la propaganda, el ruido y la confrontación política vendrán a ocupar el centro de atención de la opinión pública y publicada relegando a un segundo plano otros acontecimientos de relevancia económica y social.

Las campañas políticas hoy son diferentes a cualquier otra del pasado. Tradicionalmente las campañas políticas suelen girar en torno a tres elementos fundamentalmente: el candidato, el programa y la estrategia. El primer paso es contar con candidatos y candidatas sólidos, carismáticos, fiables y confiables. El segundo es el programa electoral, que pretende convertirse en la guía de la acción de gobierno y constituye la promesa de valor de un candidato o candidata y su partido para conseguir llegar al poder. El tercero es el de la estrategia, en el que el mensaje o los mensajes constituyen el eje central y que, según los cánones de la comunicación política, deben ser claros, fáciles de entender y hay que repetirlos machaconamente por todos los canales disponibles sin descanso.

Sin embargo, las elecciones en 2019 van a regir por otras claves, caracterizadas por una alta desconfianza y polarización política y social. Si bien los candidatos siguen siendo centrales para generar adhesión o rechazo, el programa queda relegado casi a la marginalidad y los mensajes se centran en elementos altamente emocionales que en algunos casos nada tienen que ver con las competencias a gestionar. El caso de las elecciones andaluzas de diciembre de 2018 demostró que el conflicto en Cataluña, ajeno a las competencias de la Junta de Andalucía, fue determinante para la pérdida del poder del PSOE y la emergencia de la extrema derecha de Vox. La campaña fue muy emocional y polarizada en el que los argumentos racionales y los programas electorales fueron irrelevantes frente a los mensajes emocionales de confrontación con el adversario.

Otro de los rasgos emergentes es la llegada de una nueva generación de jóvenes políticos al frente de los principales partidos políticos ante una tendencia global de fascinación por los liderazgos caudillistas que se apoyan en algunos casos en valores excluyentes y de rechazo al otro, incluso cuestionando el principio de representación. La emergencia de Vox y su discurso xenófobo y excluyente, y la legitimización como actor relevante que le han otorgado PPy Ciudadanos dándoles tribuna a su mismo nivel en la manifestación de la Plaza de Colón del pasado mes de febrero, supone un cambio importante en el lenguaje y las estrategias de campaña.

Las campañas electorales van a estar marcadas por los discursos altamente emocionales de confrontación. Volvemos a una nueva versión política del “matar o morir”, esto es, un discurso basado en la aniquilación del contrario. La crisis de la política tiene mucho que ver con la crisis del lenguaje de la política, como bien describe el CEO de The New York Times Mark Thomson en su libro “Sin palabras: ¿qué ha pasado con el lenguaje de la política?”. Thomson describe bien que asistimos a un preocupante aumento del uso de un lenguaje agresivo incluso violento para descalificar al adversario que polariza y crispa todavía más el debate político convirtiendo la arena política en un lodazal del que nadie sale bien parado.

Liderar y gobernar hoy en sociedades posmodernas se fundamenta en crear nuevas coaliciones mediante liderazgos inclusivos y colectivos que permitan articular mayorías plurales y complejas en vez de buscar nuevos profetas. El liderazgo tiene mucho que ver con liderar el terreno de las ideas y de los relatos, y una buena idea mal contada o mal transmitida, se convierte en una idea de poco recorrido. La nueva política de los partidos tiene que volver a construir relatos con los recursos de la emoción para construir nuevas pequeñas grandes historias que movilicen a los ciudadanos. Esto es, elaborar nuevos relatos para la construcción de nuevas coherencias que genere un círculo virtuoso de aceptación y movilización.

Las democracias liberales modernas tal y como las hemos conocido en el último siglo, se basaban en una gran conversación entre los dirigentes políticos y los ciudadanos. Los ciudadanos somos cada vez más post-demográficos, esto es, nos identificamos en poli-pertenencias identitarias, territoriales, políticas, sociales y culturales, por lo que los discursos simplistas y reduccionistas son poco útiles, aunque alimenta nuevos movimientos populistas o xenófobos ante la incapacidad de las instituciones y partidos tradicionales de encontrar respuestas a la enorme complejidad de nuestras sociedades.

En este contexto, necesitamos nuevos liderazgos con habilidades de seducción y convicción para gestionar una época compleja no exenta de riesgos y contradicciones. Es precisamente en situaciones como éstas donde la política necesita de la emoción para contrarrestar momentos como estos “donde nacen los monstruos de la historia” como proclamó el pensador italiano Antonio Gramsci. Emociones y pasiones pueden convertirse en el revulsivo para construir nuevas mayorías inclusivas, o pueden condenarnos a más división y crispación.