Ciudades: liderazgo y responsabilidad

Hace más de 25 años, durante la primera “Conferencia Europea de Ciudades y Pueblos Sostenibles”, celebrada en Aalborg, Dinamarca, el 27 de mayo de 1994, los representantes de ciudades y pueblos europeos aprobaron la Carta de las Ciudades Europeas hacia la Sostenibilidad, conocida como Carta de Aalborg, que dio la señal de partida a la Campaña Europea para ciudades y pueblos sostenibles. Todo ello era el resultado de la Conferencia de las Naciones Unidas de Río de Janeiro celebrada dos años antes en 1992 sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, y en los resultados del grupo de expertos sobre el medio ambiente urbano de la UE.

La Campaña evolucionó hasta convertirse en el primer movimiento de gobiernos locales a gran escala basado en compromisos claros y con el apoyo de la Comisión Europea, desarrollando un gran número de procesos de la llamada Agenda Local 21 donde se establecian perspectivas y acciones a emprender en favor de un futuro sostenible para las ciudades y pueblos de Europa.

Después en la cumbre Río + 10 de Johannesburgo en 2004, diez años más tarde, de genera la necesidad de concretar un marco de referencia que incluye una definición de objetivos y una medida de progreso de los compromisos adquiridos. Las ciudades y pueblos comenzaron a desarrollar sus compromisos, establecer los indicadores e implementar los sistemas de gestión con el objetivo de una mayor eficiencia en el uso de los recursos para convertirlos en servicios y bienestar para la sociedad.

En 2008 nació un nuevo modelo de gobernanza en Europa con el lanzamiento del Pacto de Alcaldes y Alcaldesas por una Energía Sostenible Local, que conectaba el nivel local con el europeo de forma directa y convirtiéndose con un exitoso modelo de gobernanza.

Por último, en 2016 se presento la nueva Agenda urbana europea, que a través del pacto de Amsterdam, tiene como objetivo integrar mejor las políticas urbanas en la Unión Europea y establecer nuevas formas de cooperación entre los gobiernos locales y la Comisión Europea.

Asimismo la Asamblea General de las Naciones Unidas en septiembre de 2015 aprobó los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), entre los que se encuentra el objetivo 11, que se refiere a las ciudades y las zonas urbanas. Los ODS siguen la lógica y el espíritu de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) y los trasladan a la nueva Agenda 2030 para el desarrollo sostenible. Los ODS incluyen nuevos temas y un enfoque que presenta el medio ambiente, la economía y la sociedad como sistemas integrados.

En diciembre de 2015, con ocasión de la 21a Conferencia de las Partes (COP 21) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) en París, se alcanzó un acuerdo mundial sobre el clima para limitar el calentamiento global a un aumento de la temperatura entre 1,5 oC y 2 oC. Este Acuerdo climático de París constituye el Marco Internacional para la Acción Climática en todos los niveles de gobierno.

Actualmente, en época postCOVID,  hay que reconocer que los cambios necesarios para alcanzar objetivos a nivel mundial pasan por una transformación integral de la sociedad afrontando los retos sociales, culturales, económicos y tecnológicos que afectarán profundamente a las sociedades urbanas.

Será necesaria una nueva cultura de la innovación, de la colaboración y una nueva gobernanza organizativa para adaptarse a esta nueva incertidumbre y ofrecer una respuesta resiliente y de la gestión de la complejidad.

Es interesante la aportación de Pau Solanilla en su libro “Resilientes: Liderazgo, seguridad y sostenibilidad en la era de la incertidumbre” cuando nos dice que la sostenibilidad y la competitividad de las organizaciones y las ciudades en el mundo post COVID19 se basará en un nuevo maridaje basado en la excelencia, la competencia y la cooperación.

Será necesaria una nueva cultura de la innovación, de la colaboración y una nueva gobernanza organizativa para adaptarse a esta nueva incertidumbre y ofrecer una respuesta resiliente y de la gestión de la complejidad. Todo ello desborda las capacidades y los límites de las organizaciones y ciudades  actuales.

En definitiva, hace falta una transformación sociocultural, socioeconómica y tecnológica con liderazgos valientes capaces de dar seguridad en tiempos de incertidumbre con el objetivo de conseguir un mundo más sostenible y respetuoso con el entorno en beneficio de todos sus habitantes. Para ello las ciudades y pueblos son la clave del éxito, sin la implicación del territorio y su ciudadanía no será posible la transformación.

Joaquim Millan. Director de EUROLOCAL 

La reputación de la marca-país, una promesa de valor.

Uno de los cambios más disruptivo en el mundo de hoy fruto de la transformación digital tiene que ver con la pérdida de centralidad del poder de la geografía. Los otrora todopoderosos estados nación, cuyo poder estaba basado en el peso económico y poblacional, tienen que aprender a interpretar la nueva configuración del mundo. La conectividad lo está cambiando todo, con nuevos procesos de descentralización y agregación que están configurando nuevas geografías como la Unión Europea.

La naturaleza de la competición geopolítica del mundo está basada en la reputación, la competitividad y la sostenibilidad para atraer turismo, incentivar negocios e inversiones y mejorar la capacidad exportadora de productos y servicios de sus empresas. La historia o los gloriosos tiempos pasados, no garantizan ya ningún éxito en el presente o en el futuro.

Los mapas, las fronteras y las banderas han sido siempre instrumentos para formatear identidades y el pensamiento colectivo promoviendo visiones nacionalistas más o menos excluyentes. Las fronteras físicas, o las dibujadas en los mapas que tan apasionadamente defienden algunos, están diseñadas para separarnos de “los otros”. Pero la realidad es tozuda, y los mapas más importantes hoy no son ya los que contornean las fronteras políticas, sino los mapas que representan las infraestructuras y la conectividad de nuestros territorios, o las plasmadas en listas o rankings globales que refuerzan o debilitan la imagen y la reputación de los países.

Los mapas, las fronteras y las banderas han sido siempre instrumentos para formatear identidades y el pensamiento colectivo promoviendo visiones nacionalistas más o menos excluyentes

Frente a las inmutables fronteras de antaño, los mapas y la cartografía actuales se han vuelto vivos y dinámicos. Ya no se valora tanto el tamaño del territorio o el peso poblacional, e incluso los recursos naturales, aunque siguen siendo relevantes. Hoy cotizan al alza los atributos intangibles como la reputación y el posicionamiento en las cadenas de valor global, y el territorio ha dejado de ser la base sobre la que se sustenta el poder. La conectividad, los datos y las cadenas de suministro son las armas para gestionar una nueva forma de influencia. El poder político y económico se ha reconfigurado, y emergen nuevos imperios que ya no son físicos sino digitales. Las denominadas GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft) y sus algoritmos, están hoy en el centro de las cadenas de valor global y constituyen el sistema nervioso de la nueva economía global.

En ese nuevo escenario, los países y los territorios tienen que aprender a proyectarse de forma abierta, moderna y competitiva. Uno de los errores más comunes es hacerlo mediante una estrategia “product centric. Es decir, promocionar sus activos como productos o servicios, como destinos turísticos, infraestructuras, ofreciendo oportunidades de inversión o de negocios, pero sin aportar una visión de conjunto que pongan en valor los intangibles del conjunto del territorio. Para tener éxito en esta carrera por la reputación y la imagen-país global, es necesario explorar y articular una estrategia que proyecte ciertos valores que conecten con las expectativas y preferencias en el imaginario colectivo global para conseguir notoriedad, impacto y credibilidad.

La imagen-país como promesa de valor

La promoción de la imagen-país es mucho más que una o varias campañas de comunicación. Es ante todo una promesa de valor que va asociada a una serie de expectativas que están relacionadas con las creencias compartidas que son las que conforman la reputación. Un país, una ciudad o un territorio, tiene que ser capaz de responder de forma eficiente a esas promesas cuando promociona su cultura, sus productos o sus empresas. Proyectar competitividad y confianza, requiere proyectar de forma coherente los valores y atributos del país mediante una delicada estrategia de optimización y coordinación de todos los agentes del territorio.

El Reputation Institute (RI), realiza un interesante estudio anual sobre la reputación de los países basándose en una encuesta a ciudadanos de naciones que pertenecen al G8 como muestra representativa de la opinión de la población del mundo. En ella, no destacan precisamente las principales potencias mundiales, sino países medianos o pequeños y en algunos casos periféricos. En ella, Suecia ocupa por segundo año consecutivo el primer lugar, seguida de Suiza mientras que Noruega, Finlandia y Nueva Zelanda ocuparon los siguientes puestos de la lista. ¿Cuál es el secreto de su éxito?

La reputación de la imagen-país es una responsabilidad colectiva que se construye día a día incluso en momentos complicados

Uno de ellos es la contribución de la sociedad civil, uno de los más potentes transmisores de la marca-país por ser uno de los principales generadores de experiencias. La marca-país o la marca-ciudad y su reputación, se construyen a través de los hechos y con una gestión inteligente de la complejidad del tejido institucional, económico, social y cultural, es decir, de las acciones del trinomio “Instituciones-Empresa-Ciudadanía”. El reto más complejo, sin embargo, consiste en articular con coherencia el storytelling y el storydoing, o la coherencia entre lo que se promueve y lo que se ofrece en realidad.

Los países más exitosos en promocionar su reputación y su imagen en los últimos años como Canadá, Australia o Suecia, han sido aquellos que en su planteamiento estratégico han conseguido motivar y colaborar con empresas y organizaciones de la sociedad civil logrado impactos y experiencia positivas en todos y cada uno de los puntos de contacto con el país. La reputación de la imagen-país es una responsabilidad colectiva que se construye día a día incluso en momentos complicados. En ese sentido es destacable el caso de Portugal, país vecino y hermano que pese a sufrir una grave crisis financiera en los últimos años que obligó al gobierno a adaptar durísimas medidas, ha logrado mantener su reputación entre las mejores del mundo.